El adulto que todos llevamos dentro no es algo sencillo conceptualizar como tal. Vamos por tanto, a centrarnos en esa faceta en la que de alguna manera va intrínseca en nosotr@s, aunque no siempre la hemos podido desarrollar de manera adaptativa. Para entender el concepto de «adulto interno», vamos a definir lo que significa este estado: cualidad y habilidad de cuidar, proteger y regular, tanto el mundo interno como el externo, y crear la capacidad de estar en contacto con nuestras propias necesidades y, al mismo tiempo, de ser sensibles a las necesidades de los demás y a las demandas del entorno.
¿Qué es el «estado adulto saludable»?
Es importante destacar, que el «estado adulto saludable» no es un estado continuo, nadie puede estar constantemente en este estado, y actuar en consecuencia. Pero casi todos podemos mostrar de alguna forma, habilidades adultas en ciertas ocasiones.
Cuidar, pedir ayuda, poner límites, comunicarnos asertivamente, empatizar o mentalizar con el otro, son algunos ejemplos de estas habilidades del formato adulto. No obstante, no siempre podemos filtrar la realidad desde aquí, ya que a veces los estados infantiles se activarán también. La buena noticia es que en un contexto terapéutico se puede llegar a comprender y desarrollar este aspecto en gran medida.
Para nosotras, ayudar al paciente a darse cuenta de estas capacidades cuando ha relatado una demostración reciente, o cuando las demuestra en sesión, es fundamental. Reforzar e instalar tales momentos, ayudará a hacerlos más frecuentes y fortalecer ese «estado adulto saludable».
Por eso uno de los objetivos transversales del proceso terapéutico es trabajar en la sintonía entre esos estados infantiles que han sufrido y no han comprendido ciertas experiencias vitales, y el estado adulto saludable que acoge todo eso, y le da un sentido protector y liberador.
Tal y como dijo F. Nietzsche, «En cada adulto verdadero hay un niño escondido que quiere jugar».