La disociación como mecanismo protector basado en la desconexión.
Al relacionamos con el mundo, nuestro cerebro va uniendo información sensorial, emocional, cognitiva y social, creando así los recuerdos/identidad.
Cuando se produce disociación, todo esto se procesa de manera separada o fragmentada, y podemos no ser conscientes de que se está produciendo.
Se puede presentar en las funciones más básicas como en la memoria (p.e. amnesia) o en la percepción(p.e.desrealización). Pero también a nivel de identidad, un nivel más complejo de procesamiento. Incluso a veces se puede observar desde lo cotidiano, en ese “modo automático”.
Nuestro cerebro siempre juega a favor de nuestra supervivencia, no necesariamente a favor de nuestro bienestar. Si nuestro cerebro tiene que elegir entre disociarse y seguir adelante; o no disociarse, y, no poder manejar la situación, va a tomar la primera opción. El ser humano es admirable como máquina imperfecta que crea todo este tipo de función para protegerse del dolor.
La idea básica es que la disociación tiene una utilidad en un momento dado, cuando pasa una experiencia lo suficientemente impactante y desagradable como para necesitar ese desenchufado. El problema es qué si a día de hoy se sigue en ese estado, puede estar teniendo consecuencias en el presente.
Cuando estamos disociados, “las partes” son emociones y creencias encapsuladas como si de una caja de pandora se tratasen, que no queremos abrir pero que de vez en cuando se abre y arrasa con todo y nos deja los restos.
La terapia nos ayuda a trabajar con ellas, sobre esas consecuencias y el origen, empezando así, a dejarlas colocadas en su lugar, como parte del pasado y no como parte del presente.
La prueba de que estás empezando a sanar esto, es que hay cicatriz pero la herida ya no sangra.